Tierra a la vista.
Reconozco que la otra tarde tenía yo el ánimo para pocas. Después
de varios días sin ordenador, se me ha acumulado el trabajo de oficina, que es
el que más odio. Antes de hincarle el diente a facturas, presupuestos y
contratos, me acerqué a tomar un vino.
Emilio, el camarero, lucía una sonrisa radiante. En el Congreso,
Rajoy ha anunciado que “no remamos sin
horizonte”, que “la tierra está a la
vista”. Ya no se conforma con brotes verdes o luces que destellan al final
del túnel. Ahora, cual Rodrigo de Triana, ve tierra a lo lejos. Y, emulando a Colón,
dice que nos conduce en singladura sin igual hacia paraísos (fiscales para
algunos) repletos de oro (para algunos) y que pronto alcanzaremos las aguas
mansas (la mansedumbre la reserva para los que no gozamos de oro, ni de paraísos).
No tenía yo el cuerpo para bromas, así que me abstuve de
decirle que es cierto, que los españoles vemos tierra…
- Tierra, en las uñas ennegrecidas de miles de personas que escarban en busca de alimento en los contenedores de basura.
- Tierra, en las tumbas de los desahuciados que reposan en el camposanto después de saltar desde las ventanas del piso que les roba el banco.
- Tierra en los riñones de nuestros abuelos que han abandonado una medicación imprescindible para ellos, porque una absurda reducción de las pensiones y un copago farmacéutico abusivo les impiden continuar con la diaria ingesta de pastillas.
- Tierra, por no decir piedras, en el alma de los parados que sueñan con abandonar, algún día, las listas del desempleo y que ven cómo su sueño se torna en pesadilla.
No, definitivamente no tenía yo ánimo para decirle a Emilio
que la tierra que ve Rajoy es estiércol, como basura son sus mentiras.
Apuré de un trago el culo de vino que me reservaba el vaso,
y que se había agriado a con tales pensamientos. Dejé sobre la barra un billete
de cinco euros y, mientras esperaba la vuelta, escuché cómo Alberto, uno de los
parroquianos, comentaba “¿Tierra? ¡Rajoy
lo que ve es la pedrada que tiene en la cabeza!” Las discusiones y las
voces habían empezado. Emilio, con ganas de jarana, miró hacía donde yo estaba y
me sugirió, con la cabeza, que me uniese a la trifulca. Le mostré el billete
invitándole a que me cobrara y volví a corroerme en el mundo de las cuentas
pendientes, más escasas desde que la cultura está penalizada con el 21% de IVA.
No se rindió Emilio porque, sin insistir de palabra, para
hacer fuerza y verme participando en la tertulia de taberna, rellenó mi vaso mientras
me guiñaba un ojo, miraba al corro de conversadores y apostillaba “¡La
casa invita!”
Piqué.
Con el ánimo desahogado tras la disputa, las cuentas me
supieron menos amargas y una extraña sensación de bienestar me invadió al saber
que mi problema (todavía) no es buscar comida, sino hacer facturas.
Ganas tenía yo de leer una parrafada como ésta, que no tiene desperdicio. ¿Qué ve tierra y se cree que el mérito es suyo? mérito es de todos esos que mencionas en tu entrada, de los que sobrevivimos con muy poco, de los abuelos de se encargan de criar a sus nietos, de los maestros que compran el almuerzo de sus alumnos, de los vecinos que echan una mano... Y lo peor de todo es que lo dice y se lo cree.
ResponderEliminarLos héroes están en la calle. Los antihéroes, en la Moncloa. Grrrrrrrrrrrrrrrr.
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