domingo, 9 de febrero de 2014

Capítulo 903. "Asalto a la cerca de Ceuta"

Para www.salamancartv.com
Asalto a la cerca de Ceuta.

El jueves, refugiándose del aguacero, entró en el bar Aurora con su nieta. Nos sorprendió: salvo los domingos por la mañana, nunca hay niños en el bar. De todas maneras entendimos que agua, viento y frío aconsejaban hacer un alto hasta que la climatología diera tregua y pudiesen regresar a casa sin calarse hasta los huesos.
La nieta de Aurora tiene cuatro años y se hace acompañar del desparpajo que otorga la infancia, de la inocencia que se arroga quien no ha aprendido a mentir. Le hicimos las monerías de rigor y de su oreja brotó algún que otro caramelo que la niña guardó, entre risas, para después de comer.
Quizás para disimular la impetuosidad del chaparrón, pedimos otra ronda mientras la niña, aburrida porque ya nos habíamos centrado en conversaciones de adultos, se asomó a la cristalera de la puerta y contempló algo que para nosotros pasó desapercibido. “Un bicho” pateaba en un charco tratando de alcanzar la orilla del mar revuelto que se le antojaba la piscina formada por una baldosa levantada. La niña llamó a su abuela y Aurora, sin darle demasiada importancia, comentó “no pasa nada, sólo es una polilla”.
Mientras, en la tele narraban el drama de cientos de subsaharianos que arriesgaban su vida en Ceuta tratando de alcanzar la tierra de la prosperidad, el mundo de las ilusiones, la España hipócrita que les desprecia y les expulsa. Anunciaban en ese momento que varias personas, quizás diez, habían muerto: unos ahogados, otros aplastados al intentar alcanzar la costa.
No lo pude evitar. La asociación de ideas acudió a mi cabeza martilleando mi conciencia y mis entrañas. Y me imaginé a nuestros gobernantes explicándonos a los ciudadanos candorosos: “No pasa nada, sólo son unos sin papeles”.
Como si fuesen polillas nadando contra corriente.
Como si no tuviesen derecho a la vida.
Como si cada uno de nosotros fuéramos superiores a ellos.
Como si los tratásemos igual que a polillas moribundas.
Al rato dejó de llover. Al salir del bar no quise mirar al suelo. Me negué a conocer el destino del insecto que hacía unos minutos pateaba buscando su salvación.
Ojos que no ven… Ojos que no ven, porque las lágrimas les impiden mirar al suelo.



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