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La justicia no es
ciega.
Como un eco tonto, runruneaba la tele del bar acerca de no
sé qué de la justicia universal y de un presidente chino que dice que su país
es muy sensible a los asuntos del Tíbet.
Como un eco tonto, resonó en mi cabeza la idea de que, para
sensibilidades, las del pueblo tibetano masacrado por una dictadura comunista y
asesina que asesina gentes para anexionarse territorios e imponer su causa
(triste causa la exigida por la fuerza de las armas).
Como un eco tonto, machacón y repetitivo (machacón y
repetitivo, machacón y repetitivo) me encontré al presidente español aliado con
el dictador comunista y asesino, impidiendo que los crímenes de su antecesor sean
juzgados en España. Como si el dolor entendiera de fronteras, como si la muerte
se detuviese por cuestiones de visados.
Además de a los tibetanos (allí, en China o en el Tíbet) han
asesinado a la justicia universal (aquí, en España). Ambos crímenes se
agazaparán entre sábanas de olvido. No serán castigados (al menos a medio
plazo).
El dinero que va corrompiendo aún más al comunismo chino;
las inversiones chinas que tientan tanto a la oligarquía española, han hecho
que la justicia mire hacia otro lado. Obligada, obligada, obligada.
La justicia en España no es ciega, ni sorda, ni muda. La
justicia, en España, mira hacia otro lado, lleva auriculares y escucha a toda
pastilla el último éxito en MP4, y no habla. No habla, porque cada vez que abre
la boca la envenenan.
Como un eco tonto pedí un vino. Emilio, el camarero,
agobiado porque era hora punta lo sirvió sin cruzar una sola palabra conmigo.
Como un eco vacío, en la tele escuché algo de un mechero y
de un tal Ronaldo.
Pena por el Tíbet. Llanto por España.
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