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El miedo a protestar
o la mayoría silenciosa.
Me crucé con Ubaldo por la calle y le invité a entrar en el
bar de Emilio. Siempre es agradable escuchar contertulios nuevos que aportan
puntos de vista diferentes. Ubaldo milita en la CGT, uno de los sindicatos
anarquistas que disponen de un servicio de asesoría para trabajadores con
problemas. Nos habló del aumento de consultas, de la variedad de problemas a
los que se enfrentan los trabajadores en esta época de reformas laborales,
despidos y abusos… Y nos habló del miedo. Del miedo, del miedo, del miedo.
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“Miedo ¿a qué?” Preguntó escéptico Emilio, el
camarero.
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Miedo a que no les vuelvan a llamar para
trabajar. Miedo a que el empresario de turno le cuente a sus amigos (también empresarios)
que Fulanito o Menganito son conflictivos, porque protestan (o porque exigen
que se cumplan sus derechos). Miedo a las multas en caso de movilizaciones.
Miedo a perder los cuatro céntimos que les ofrecen cuando les corresponderían
cuatro euros.
Entre trago y trago fuimos analizando ese miedo al que unos
llaman conformismo, otros, cobardía, y Rajoy (encaramado al mejor invento de
sus publicistas), llama “mayoría silenciosa”.
Mientras pedía una nueva ronda, me dio rabia pensar que si
todos protestásemos nos iría mucho mejor. Me dio rabia imaginar que si
saliésemos a la calle, no a exigir nuestros derechos, sino a defender los de
nuestros vecinos, ni los boys of Rajoy, ni
los bad troika podrían con nosotros.
Seríamos fuertes… Y libres.
Un plato de anchoas me sacó de mi abstracción y regresé a la
conversación zambulléndome en la contemplación de la tapa aliñada con unas
gotas de vodka y una pizca de tabasco, especialidad de Emilio.
Al menos ese día nos desahogamos hablando y ahogamos las
penas con un chato de vino y un pinchito de anchoa.
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