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Dos delitos, dos.
Con el periódico abierto sobre la barra del bar, Emilio me
hizo esperar unos minutos mientras terminaba de leer la noticia de que Hacienda
achaca dos delitos al yerno del rey. Después, casi sin palabras, me sirvió un
chato de vino mientras farfullaba algo ininteligible.
Emilio nunca ha sido monárquico, lo que le honra en mi
criterio. Yo tampoco, lo que me honra, según el parecer de Emilio. Es uno de
los pocos puntos de coincidencia que nos unen.
Al cabo de un rato me preguntó “¿Se saldrán con la suya?”. “Mitad
y mitad”, respondí. “Él, no creo.
Ella, sí”, dije yo. “Si es que no hay
Justicia”, sentenció el camarero.
Dos pensamientos acudieron a mi mente. El primero, que tiene
razón, que la Justicia parece agazapada, en ocasiones, como cuando de niños
jugábamos al escondite. El segundo, que con condena o sin ella, para ellos
tienen, convertidos en centro de miradas y en diana de comentarios más o menos
despiadados ganados a pulso. No me cambiaba yo por su ducado.
Don Iñaki, el
plebeyo que jugó a ser duque; el plebeyo que se destapó como embutido. Doña Cristina, la princesa que jugó a
bajar de los altares; la infanta que, por evitar los barrotes, se presenta ante
nosotros como ciega, sorda y un poco tonta.
“¿Se saldrán con la
suya? El uno, volverá al foso en el que nació. A la otra le protegerá la cuna
en la que nació”, pensé sin decirlo.
Emilio me sirvió otro vino. “La casa invita” afirmó mientras unas cuantas gotas formaban un
pequeño charco en la barra.
La justicia no es ciega, tiene más vista que un lince. Y no creo que el muchacho se salga con la suya porque sería un escándalo. Ella se resguardará bajo la sombra de la corona, y digo esto aunque soy monárquica.
ResponderEliminarMucho me temo que el muchacho sí se saldrá con la suya: a cualquier otro le condenarían a mucho más que a él.
EliminarEn cuanto a ella... El escándalo está servido. Servido y tapado al mismo tiempo.