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A su regreso de vacaciones, Aurora llegó abatida al bar.
Este año ha disfrutado de menos días en agosto, sólo una semana. El resto del
tiempo se lo parte la empresa en meses en los que ni su pareja ni sus hijos
pueden disfrutar de ella, ni ella de su compañía. Cobra menos que antes y,
encima, ha perdido derechos. Y no se queja, que aún mantiene un puesto de
trabajo decente con un sueldo decoroso.
Cuando entró en el bar, andábamos enfrascados en discusión
sobre la creación de empleo, las medidas del gobierno y, según el decir de
Emilio –el camarero- la excelente política del PP que “nos conduce, una vez más, por la senda de la recuperación”.
Aurora escuchaba sin intervenir. Se había adueñado de la media
ración de bravas que habíamos pedido, sin que nadie pudiera enganchar una sola
patata. Cuando sólo quedaban seis, seis para siete (ocho, si contamos a Emilio),
Aurora pidió un tenedor. La sonrisa de sus ojos delataba que iba a zanjar la
cuestión, que tenía un plan para dejar en su sitio a Rajoy, a Báñez y a Emilio.
Con el tenedor hizo tres partes de cada uno de los trocitos de patata y nos
espetó: “Aquí tenéis vuestra media ración:
¡diez y ocho patatas! No me negaréis que he regenerado la economía”.
Ninguno nos atrevimos a llevarle la contraria. De seis,
había sacado diez y ocho. Aurora, como Rajoy, había hecho un prodigio. Ella, la
recuperación de las patatas bravas. Rajoy, el milagro de la multiplicación de
sueldos y puestos de trabajo.
Emilio sirvió otra de bravas. “¡La casa invita!”, dijo mientras le daba un cariñoso pescozón a
Aurora.
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