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Llevo al bar de Emilio a unos amigos, colegas en el mundo
del espectáculo, que han venido a actuar a salamanca. Hace tiempo que no nos
vemos, así que, mientras cenamos algo, nos ponemos al día en cuanto a lo
personal y charlamos de lo profesional. Terminamos, como siempre, doliéndonos
de lo mal que está el oficio.
No hablamos del IVA, que ya nos amarga la vida y no queremos
que nos fastidie el manducar. Comentamos la falta de respeto de los espectadores,
el incremento en el número de móviles que suenan, el parloteo incesante de los
padres que no dejan a sus hijos disfrutar la función… Hablamos de que se
programa menos y, por consiguiente, se está perdiendo la educación que la gente
había adquirido como público.
Nos da rabia. Rabia pensar que en pocos meses se han cargado
lo que se edificó a lo largo de muchos años. Nos indigna pensar que para ellos
no es importante. No iban al teatro antes, no lo echan de menos ahora.
Hay recortes que hacen sangrar las conciencias. Hay recortes
que dañan la inteligencia.
Cerramos con una frase lapidaria y la anoto para ilustrar,
en casa, este artículo: los recortes en cultura no son recortes, son
castración.
Se une al corro Jorge Odocha, un buen amigo. Dejamos de
hablar de penurias y charlamos de la noche salmantina, del ambiente, de la
Plaza Mayor…
Me piden que les haga un truco de magia. Emilio nos tiende
el aguardiente y llenamos los vasos de chupito. “A los cafés y a la copa estáis invitados” (dice justo antes de que
desapareciera la tercera de las monedas que ocupaban mi mano). Mientras juego a
que se desvanezcan las monedas, pienso en Wert. Lo alejo de mi mente: ésta es
nuestra fiesta y no está invitado.