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Oímos en la tele que Rodrigo Rato se está preparando para
servir, como voluntario, en un comedor social, uno de esos que el gobierno no quiere ver, y que
se dedica a dar comida a los que nada tienen salvo el cariño de cuatro
dispuestos a echarles una mano.
Nos quedamos perplejos.
Los calificativos acudieron a la conversación, como se
agolpan los gatos callejeros cuando alguien les ofrece un poco de pienso: que
si oportunista,
que si demagogo, que si canalla… Que si arrepentido.
No me atrevo yo a poner nombre a un ser que me provoca mucho
más desprecio que simpatía, y soy consciente de que cada quien lava su
conciencia como mejor le viene en gana, pero pienso que en lugar de servir
comidas podría procurarlas. Que en lugar de hacer un curso para recoger las
mesas una vez vacías, podría hacer ademán de llenarlas, no en el comedor
social, sino en las casas de todos los que fueron desahuciados por su culpa, de
todos los que perdieron sus ahorros por su culpa, de todos los amargados por su
culpa…
Y, ya de paso, que ponga algunas flores en la tumba de
aquellos que se suicidaron por su culpa, que también los hay.
El agua no limpia el petróleo. Me lo enseñaron los que
fueron a recoger chapapote en aquellos tristes meses del nunca mais. El agua no limpia el petróleo. La mala sombra de Rato
no se disipa sirviendo vasos de agua. Primero que cambie la sombra, después ya
comprará una linterna que le ayude a que se desvanezca.
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