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Y el hombre creó la
corrupción.
Emilio tiene ganas de juerga. La semana santa le ha venido
bien, y el bar se llena de clientes que regresan a Salamanca por
vacaciones. Se nota la alegría. Tanta, que no nos importa que alguien
empiece a mascullar… Que si la Gürtel, que si Andalucía, que si ahora
Extremadura… Y se arma la zapatiesta (en realidad Emilio dice zapafiesta).
Dos argumentos enfrentados flotan sobre la barra del bar.
Los unos defienden que la corrupción es innata al hombre y que nunca nos
abandonará. Los otros afirman que va en épocas, que es estacional y que se
puede combatir con educación y respeto. Justo lo que nos falta en estos tiempos
de maldita política de peperos y pesosos.
Alguien a quien no tengo fichado, un hombre mayor,
comenta que no hace demasiado tiempo se dejaba la bici a la puerta de
casa, sin cadenas ni candados, y que nadie osaba llevarse lo ajeno… Por eso,
por educación, por respeto.
Nekane, insubordinada con tanto como aguantamos, sugiere un
tercer punto si los anteriores fallan… La mano dura. La mano dura contra los
corruptos. La prisión… No permanente, por supuesto; revisable, por supuesto; larga,
larguísima, por supuesto.
Los vasos se llenan y se vacían con facilidad. Pienso en
retirarme. En mi cabeza aún caminan los corruptos, pero como siga en el bar,
van a dar paso a una colección de uvas bailando desinhibidas dentro de mi
mollera.
¡Ay si nos escuchasen! Qué pronto acabaríamos en el bar con
las cajas B, las cuentas en Andorra y tanto hijo del diablo que ha hecho de la
política la manera de forrarse condenándonos a la pobreza a los demás.
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