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¡Qué caprichosas son las conversaciones de bar! Saltan de un
tema a otro con velocidad digna de campeones españoles de motociclismo.
Comenzó la tertulia con chanzas acerca de lo mucho que bebe
uno de los parroquianos. En lo que Nekane y yo habíamos dado cuenta de un vino
cada uno, él echó cuatro al coleto. Así las cosas, y hallando la media, resultó
que cada uno de los tres habíamos tomado dos vasos. ¡Cómo cambia todo en manos
de la demagogia!
Con la conversación iniciada de esta guisa, la deriva hacia
la economía española se daba por supuesto. Y tal sucedió. Nos vimos comparando
las tasas de pobreza con los resultados optimistas que nos vende el gobierno, y
llegamos a la conclusión de que quizás tengan razón: si hacemos media entre las
grandes fortunas y los grandes infortunios, quizás en España no le falte a
nadie un plato de garbanzos que llevarse a la boca, por más que algunos sólo
dispongan de la cuchara vacía, mientras otros ingieren langostas bañadas en oro
de no sé cuántos quilates.
Si la media, además, la aderezamos con los millones que se
han llevado en sobres, sobresueldos y mordidas, morderíamos todos jamón
ibérico, por mucho que la realidad se empeñe en decirnos que millones de
familias sólo tienen el hueso para remojarlo una y otra vez tratando de hacer
un caldo que se aguó hace muchos meses.
Se sorprenderá don Mariano de que la ciudadanía le dé la
espalda en las urnas. En su ceguera no acertará a ver que mientras él toma
lubina a la espalda, a muchos les dio la espalda la suerte y no les da ni para chupar
las raspas.
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