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Caen cuatro gotas en la calle. Gordas, pero cuatro. De esas
que en lugar de refrescar hacen que el bochorno se intensifique y te sientas
peor.
Para no mojarnos, pedimos otra ronda en el bar de Emilio y
nos ponemos a charlar de todo y de nada, desganados, como el tiempo.
Surge entonces el tema de los impuestos, que si los subo
cuando me interesa, que si los bajo porque me da la gana. Incluso Emilio nos da
la razón: juegan con nosotros. Con nuestros sentimientos, con nuestra economía,
con el hambre, con el miedo… Con el hambre y el miedo de nuestros hijos.
Si pudiésemos, mandaríamos a la porra a Rajoy y a todos sus
prebostes. Si pudiéramos, viviríamos al margen de ellos, tratando de mantener
la coherencia que les falta. Pero no nos dejan. Nos encierran en rediles donde
nos pastorean a los pastos que se les antoja. Hoy, ración de tallos verdes.
Mañana y pasado (y el otro y el otro, como ayer y anteayer) tallos de cardo
seco. Cardo mariano, eso sí, pero duro y seco.
Nuestra economía se rige por el calendario. Por el
calendario electoral. ¡Qué asco! ¡Qué peste!
Nuestros dirigentes no dirigen: se lucran, nos roban, nos
estafan. Y les dejamos.
Ha parado de llover. Pedimos otra ronda para celebrarlo. La
caña me sabe rica: me refresca. Sonrío. Para frescos, frescos (me traiciona el
subconsciente), los mariano’s boys.
Al ir a dejar el pipo de una aceituna en el plato, se me cae
al suelo. Estoy pesado y torpe. Torpe, como si fuese el ministro de economía.
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