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El último trago de vino deja al descubierto el culo del
vaso. Estoy en el bar de Emilio y a través del fondo de cristal veo en la tele,
deforme por el grosor del vídrio, a Rajoy, caricatura de sí mismo.
Me lo imagino hablando, diciendo aquello de “un vaso es un vaso y un plato es un plato”.
Noto cómo me sube la bilis y me sublevo contra tanta estupidez como encarna la
declaración del Presidente. Después, como en una iluminación milagrosa, me
imagino que detrás de esa frase se esconde una inteligente maldad. Rajoy no
puede ser tan necio como para decir cosas de esas así, porque sí. Rajoy tiene
que tener otros motivos, otras razones inconfesables. Me lo imagino contándonos
lo del vaso para que hablemos de ello, para que se nos olvide que ha saqueado
el fondo de pensiones, para que no recordemos los recortes brutales que nos
esclavizan, para que no pensemos en los miles y miles de personas que abandonan
España por razones económicas… Para que no reparemos en la cantidad de veces
que nos ha mentido.
Veo a Rajoy en los papeles de Bárcenas y se me borra su
imagen al escuchar “un vaso es un vaso…”
Le veo mandando un mensaje “Sé fuerte”
y se me nubla el entendimiento al imaginarme que un plato es un plato.
Mi cerebro desmonta su trampa.
Un vaso es un vaso. ¡Claro! Un plato es un plato. ¡Por
supuesto! Pero no estoy dispuesto a olvidar que una mentira es una mentira. Y
de eso sabemos mucho los españoles. Durante cuatro años nos lo han enseñado los
maestros del PP.
Pido un vino para conseguir que mi vaso vuelva a ser un
vaso. Sólo un vaso.
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