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Despierta el año nuevo con la misma cantinela con la que se
durmió el antiguo: con la sinvergonzonería campeando por las Cortes y los
desleales presumiendo de una honradez que no conocen.
Comienza 2016 con los gobernantes presumiendo de haber
atajado una corrupción que nos ahoga y que siguen alimentando al ritmo en que
se llenan páginas de periódicos. Se destapan nuevos casos y el silencio
impuesto desde los despachos tapa otros por los que se pasa de puntillas.
Quizás lo del segoviano no sea delito. Tal vez le acusemos
en balde. Pero sinvergonzonería sí que es; menosprecio a la ciudadanía sí que
es; amoralidad sí que es.
Comienza 2016 y me pilla en casa haciendo reflexiones que me
saben a viejo, a repetitivo, a bilis que se regurgita una y otra vez.
Este artículo quería que fuese una felicitación de año
nuevo. Sirva como deseo, porque la realidad demuestra que tenemos poro por lo
que felicitarnos.
En fin, me voy al bar de Emilio. Allí seguiré mi desahogo al
tiempo que doy un par de lingotazos de vino peleón.
Que 2016 nos sea leve a los honrados. Que le sea grave y
pesado a los sinvergüenzas.
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