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Las patatas bravas que nos ha servido Emilio en el bar no
pican. Esa contradicción nos sirve para hacer un paralelismo con lo que ocurre
en política en estos días, cuando un Presidente (en funciones) nos cuenta que le
da pereza participar en debates electorales, porque hay que prepararlos bien, hay
que documentarse…
Digo yo, que un demócrata que no habla, es una estafa, como
estafa es que te ofrezcan patatas picantes en las que el kétchup vence a la
cayena. Claro que no creo que sean capaces de verlo los millones de españoles apartaron
la vista para no mirar cómo ese mismo Presidente (hoy en funciones) nos
prometió que no recortaría en sanidad ni en educación, que no subiría los
impuestos, que no saquearía las arcas de la seguridad social.
Debe ser por eso –me interrumpe Nekane- por lo que no quiere
debatir, para no pillarse los dedos, para no decir lo que luego no va a
cumplir.
Le llevo la contraria: está tan acostumbrado a mentir, que
lo hace con absoluta naturalidad.
Emilio, que está al quite de todo, nos trae el botecito de
tabasco y lo deja junto a la ración. Me río, veo en ese gesto una nueva
alegoría de la España de 2016: la chapuza se arregla con parches: en lugar de
hacer bien las cosas en la cocina, ponemos remedios caseros, perores en sabor y
más caros.
Definitivamente España es como un bar de barrio en el que se
tapan las chapuzas con más chapuzas. A las pruebas me remito, y llamo pruebas a
la amnistía fiscal y su colofón en forma de papeles de Panamá.
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