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No está contento ni nada Emilio, el camarero, con el
Tribunal Constitucional. Eso de que haya devuelto los toros a Cataluña le tiene
loco de contento, no sé si por el gusto por la tauromaquia o por la derrota de
los catalanes.
Con mi cerveza sin alcohol (cosas del régimen que me han
impuesto) trato de hacerle ver, que antes o después tendremos que evolucionar,
que el sufrimiento del toro existe (por más que tres lenguaraces se empeñen en
decir lo contrario) y que el divertimento en el sufrir del animal es una
aberración.
Emilio, erre que erre, me habla de tradiciones, de identidad
cultural y de la Justicia, que ha dejado a cada quien en su sitio.
Le digo que la Justicia no se ha pronunciado sobre la bondad
de la tauromaquia, sino sobre el cumplimiento de una ley, y añado que ojalá esa
ley sea pronto abolida. No me escucha, sigue con su discurso, como si la
Justicia se echase el capote al hombro y cambiase la venda por la montera.
A mí me da mucha pena que la Justicia intervenga en este asunto,
porque es injusto hacia los animales: los toros, los caballos, las mulillas…
Sigo pensando que no es civilizado torturar animales, ni lo es amparar a los
torturadores, jalearles, agasajarles y premiarles haciéndolos millonarios (los
cuatro que llegan a ello).
En este tema, como en otros muchos, nunca nos pondremos de
acuerdo.
Dejo a medias mi cerveza sin alcohol y me marcho a mi casa.
Seguiré trabajando en pro de los toros, de su libertad y del respeto a su vida.
¡Qué lleno de Emilios está el mundo!
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