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Digo yo, en el bar de Emilio, que lo del cambio climático se
ha metido de lleno en nuestras cabezas, y no hay quien lo saque. Me miran mis
contertulios, como esperando que prosiga con algo interesante, pero no es así,
mi mirada está fija en un anuncio de la tele en el que se nos presenta el día
como si fuese Navidad, esa fecha que antes no llegaba a tres semanas y que, a
poco que nos descuidemos, ahora va a durar tres meses.
Dice Emilio que lo deje, que así la gente se lanza antes a
comprar y que es un acierto, aunque sólo sea por mera previsión, para no
dejarlo todo a última hora.
Respondo yo que ese es el problema, que la única pretensión
del adelanto de fechas es el consumo. El consumo, y no la previsión. Y que así
nos luce el pelo, todo el día tentados para que gastemos y gastemos.
Añade Jorge, que entra en la conversación, que con tanto
adelanto, con tanto derroche, con tanta cena de empresa o comida de amigos, se
construye la felicidad del “márquetin” y no la de las sonrisas o el cariño.
Emilio, que nos ve con ganas de aguar la fiesta navideña
cuando sólo acaba de nacer, desvía nuestra atención, nos sirve una ronde y dice
“¡La casa invita!”. Jorge, con media carcajada en el rostro, le responde “¡Viva
la Navidad!”
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