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Por fin parece que se va a retirar el medallón de Franco de
la Plaza Mayor de Salamanca.
En el bar de Emilio, como siempre, las opiniones están
divididas. Dice el camarero, que hay cosas que es mejor no menear, que los
muertos, muertos son y que no conviene hurgar en las heridas del pasado.
Le digo yo, que lo que no conviene es tener muertos de
primera y muertos de segunda, por más lejos que nos quede en el tiempo, y que
la Justicia, como la Verdad, es algo que no tiene fecha de caducidad.
Viendo que en lo filosófico no me convence, arremete con lo
práctico. Argumenta, entonces, que el dinero que se va a gastar en retirar los
símbolos franquista, se podía emplear en recuperar puestos de trabajo. Le doy
la razón, claro. Pero matizo. Quiero hacerle ver que esos puestos de trabajo se
han perdido por las políticas de quienes no quieren que se retiren esos
símbolos, le digo que vienen a ser continuidad del pasado, y que prefiero que
no vean en las paredes símbolos nacional católicos que les sirvan de
enaltecimiento.
Me dice que deberíamos dejarlo estar, que es cosa menor.
Suspiro. Si llevar a cabo el cumplimiento de la ley es cosa menor, ahora
entiendo que estemos donde estamos. España, país de embudo, donde los que están
acostumbrados a mandar, incluso deciden qué leyes cumplen y cuáles no.
Tampoco hoy nos pondremos de acuerdo. Invito a Emilio una
ronda. Él toma cerveza, yo soy más de vino.
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