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No me avergüenzo, lo digo bien alto. ¡Yo sí tengo miedo! Pero
no de los asesinos descerebrados. De esos no.
Yo tengo miedo de los presidentes que declaran guerras por
intereses económicos y desestabilizan una paz endeble en un mundo desquiciado.
Tengo miedo de los mandatarios que se enriquecen con el
negocio de la venta de armas. Armas que sirven para que se hagan más fuertes
los asesinos descerebrados.
Tengo miedo de los mediocres que se enzarzan en discusiones
absurdas sobre idiomas o nacionalidades de los fallecidos. Miedo de los que
hablan catalán y de los que hablan castellano en cada una de esas peleas. Les
tengo miedo, porque se distraen y dejan de centrarse en los asesinos
descerebrados.
Tengo miedo de quienes pregonan que no tienen miedo y se
hacen rodear de multitud de guardaespaldas, porque me mienten (una vez más).
Ellos sí tienen miedo. Mucho miedo.
Tienen miedo a los asesinos descerebrados. Y también a que
cambien las cosas, a que acaben determinados negocios, a que algún día
decidamos que la cuna no debe encarnar privilegios ni debe encumbrar a nadie a
la jefatura del Estado. ¡Claro que tienen miedo!
Soy un miedoso, lo reconozco. Tengo miedo del enemigo,
consciente, como soy, de que el peor de los enemigos lo tengo en casa.
Pd.: A los asesinos descerebrados no les tengo miedo. Ningún
miedo.
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