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Me da por pensar que alguien, sin
esforzarse demasiado, decidió un día construir autopistas de pago, autopistas
privadas. Los ciudadanos comprendieron que el invento no les interesaba y
optaron por no utilizarlas. El resultado, obvio, el fracaso económico.
Me da por pensar que alguien
tiene amigos poderosos. Tan poderosos, que han decidido rescatar esas
autopistas, ese negocio fallido y ruinoso. También ha llegado a la conclusión
de que el dinero empeleado ha de ser el tuyo y el mío, es decir, el de todos
los españoles. Los empresarios, contentos, y yo, con cara de tonto.
Me da por pensar que desde el
gobierno se les ha ocurrido que cuando refloten el negocio (es decir, cuando dé
beneficios), volverán a venderlo (incluso podrán comprarlo los mismos que lo
han arruinado). Así sus amigos no perderán una ocasión de hacerse más ricos y a
los ciudadanos sólo nos costará mil millones de euros (en el mejor de los
casos).
Me da por pensar que, por mucho
que me digan lo contrario, los cuatro que están en el gobierno no piensan en
mí, sino en mis amigos. A las pruebas me remito.
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