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Cuando me hice mayor, empecé a pensar, con ingenuidad
infantil, que las guerras se resolverían si se enfrentasen los mandatarios de
los países en conflicto. Ellos solitos, sin meter a soldaditos de cera o plomo;
sin arriesgar la vida de hombres ni de mujeres; sin poner en peligro a niños o
a ancianos.
Casi ninguno se atrevería y tendríamos la paz que soñamos cuantos
nos levantamos cada mañana con ganas de darle los buenos días a las gentes y a
las nubes, a los pájaros y a las aceras.
Cuando me hice mayor pensé, con mentalidad de adulto, que a
quien ganase el duelo, el que sobreviviera a su guerra, debería ser encerrado de
inmediato en un manicomio, para garantizar la paz de cuantos están a su lado.
Trump, Al Asad, May, Macron… no existe detergente capaz de
limpiar vuestras sucias conciencias.
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