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Abro en casa una botella de vino de Toro, parto unas lonchas
de queso curado y me dispongo a disfrutar, con unos amigos, de la poesía de
Federico. Que hemos quedado para emborracharnos con sus versos y bebernos sus
palabras sílaba a sílaba.
Al final de la noche, uno rasga una guitarra. No soy yo de sones
andaluces, pero esta noche me saben a poesía y a justicia, que hace ochenta y
dos años que se lo llevaron y no nos lo devolvieron. Menos mal que no pudieron
robarnos sus palabras.
Por él, por las cunetas, por los poemas, por el teatro… Por
la vida truncada y por la fama eterna.
¡Por Federico!
En su memoria.
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