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Voy a la carrera al bar de Emilio. Salgo un momento del
Palacio de Garcigrande, en Salamanca, donde está naciendo la Asociación La SAL
(Salamanca Animación a la Lectura), uno de esos proyectos que nació con
vocación de locura, y cuajó porque los vientos soplaron favorables no recuerdo
qué día, a principio de este año.
Poner de acuerdo a editores, libreros, bibliotecarios,
autores, ilustradores, gestores culturales y contadores de historias, no es
fácil, que cada quien tiene sus manías y cada cual es dueño de sus virtudes. Y
cuajó. Quizás porque pudieron más las arenas que las cales.
Entre ayer y hoy, el espacio (en otro tiempo) sala de
exposiciones de la engullida Caja Duero se ha llenado de libros y risas, de
niños y mayores, de letras, palabras, música y ritmo. ¡Ah, y cansancio, que no
es pequeño el esfuerzo!
Esta tarde brindaremos por el proyecto, por su larga vida,
por el trabajo que tenemos por delante. Ahora, en el bar de Emilio, sorbo un
vino de Toro y río porque en Salamanca el libro va a abrirse hueco (aunque sea
a codazos) entre botellones universitarios, ranas de piedra, astronautas,
turistas y foráneos.
Emilio me pone otra ronda. “Es una buena noticia -me dice-.
La casa invita.”
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