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Charlo con Emilio, el camarero, que tengo el bar un poco
abandonado. Comentamos lo de Andalucía y el ascenso de la extrema derecha. Él
me dice que no le extraña y que, hasta cierto punto, lo comprende. Yo creo que
lo comparte.
Me cuenta, que si la unidad de España, que si… Y desconecto,
no le escucho, hemos hablado tanto de eso…
Despierto cuando me habla de los inmigrantes, con sus
argumentos vacíos, repetitivos, falaces. Que si se lo damos todo y no nos dan
nada, que si vienen a robarnos los puestos de trabajo, que si no se integran…
Le digo que cierre el bar y se vaya a El Ejido, que allí
hace falta mano de obra en la recolección de los productos del campo. Le cuento
que a lo mejor es el precio que tiene que pagar por ser tan patriota,
deslomarse en jornadas interminables para cobrar una mierda de salario. Que se
vaya, que así no hay un inmigrante robándonos tan insigne puesto de trabajo.
Le explico que cuando un inmigrante es “importante”, un
futbolista, un jeque árabe, no le llamamos inmigrante.
Es él quien desconecta ahora. No quiere saber que si no les
estuviésemos robando los recursos, si les hubiésemos llevado Justicia, no nos
regalarían cadáveres en nuestros mares.
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