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He bajado pronto al bar de Emilio. Había quedado con un
amigo y me dio calabazas a última hora, así que, ya que estaba en la calle, me
fui a la cafetería cuando casi no estaba abierta. Eché una mano al camarero a
colocar los servilleteros en las mesas y pedí un café con churros.
A solas, hablamos con calma. Del pacto, de la división de la
izquierda… de Ciudadanos. Le conté a Emilio, que me parece un partido pequeño.
Mo en cuanto a votos, que sigue creciendo, sino en cuanto a coherencia, línea
de acción, ideales. Es el partido de los bandazos, de hablar con la boca
pequeña, de exprimir las palabras para sacarles tanto jugo que las dejan
vacías.
“Es que es de centro”, me dijo Emilio como si ahí radicaran
todos sus males.
“Es que no es de nada, pero tiene muchos dueños”, le dije yo,
mientras Emilio se iba. Un grupo de jóvenes de empalmada entraron en el bar
dispuestos a gritar y poner fin a su aventura nocturna.
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