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Hace tiempo que no voy al bar de Emilio. He estado muy liado
entre trabajo y libros infantiles y juveniles. Llegué anteayer al establecimiento
y me encontré a la parroquia en controversia sobre si es de recibo llamar o no
estúpido al alcalde de Madrid. Me miraron. No es estético, les dije, pero es
verdad. Estúpido es quien hace estupideces, y, hoy por hoy, obstaculizar las
medidas para luchar contra la contaminación, es una soberana estupidez digna de
un estúpido mayúsculo.
La mitad estuvo de acuerdo conmigo. De esa mitad, la mitad
seguía defendiendo que no se debía utilizar la palabra para definir a la
autoridad.
¡Que la quiten del diccionario!, rogué. O, cuando menos, que
pongan una entrada nueva en esa voz: estúpido, dícese de ciertos alcaldes de
Madrid. Así sabríamos cuándo llamamos estúpido a alguien con acierto y cuándo
faltamos a las normas de protocolo.
Dicho
sea, con todos los respetos a cuantos este artículo les parezca una estupidez,
que seguro que los hay.
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