Ahí está la derecha, rancia, cruel, convencida de que tiene derecho sobre el sufrimiento ajeno, sobre la vida de los demás.
Ahí está la iglesia integrista, rancia, cruel, convenciéndonos de que suyo es nuestro nacimiento, pacto que sella con el bautismo, y suya nuestra muerte, acto escenificado en los sagrados óleos y en la obligación de sufrir porque así lo quiere ella.
Ahí está la ley que nace, para decirle a la derecha y a la iglesia que el dolor no es suyo, que la dignidad es nuestra y que el derecho a no morir dignamente existe y debe ser inquebrantable.
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