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Hacía meses que no entraba en el bar de Emilio. No me gusta su discurso, no me agrada su deriva. Ayer, al amparo de que nos juntábamos los de la pandilla de antaño, fuimos a su terraza. Emilio nunca tuvo terraza. Los tiempos y la necesidad le han obligado a abrir una de esas que quitan plazas de aparcamiento y le ayudan a sobrevivir.
Estuvo atento, cordial. Se quedó a nuestro lado y charlamos
un ratito. No demasiado, menos mal, que salió el tema de la violencia contra
las mujeres y nos espetó el mantra absurdo de que la violencia no tiene género.
La violencia no, le dije, pero las víctimas sí. Entonces, como reproduciendo el
discurso aprendido soltó aquello de que también hay hombres maltratados. Ni
intenté convencerle. Cuando alguien cierra los ojos, cuando se niega a ver
incluso lo obvio, es mejor esperar a que despierte su neurona.
Jorge, que sigue siendo Jorge, el de toda la vida, zanjó la
cuestión: “Decir que la violencia no tiene género, es del género idiota”.
Dentro de unos meses, cuando no me quede más remedio,
volveré a pasar por el bar de Emilio.
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