"¿Me quiere? ¡No me quiere! ¿Me quiere? ¡No me quiere!"
Y así, el preboste madrileño fue deshojando la margarita, mientras el plenipotenciario mandamás se miraba alternativamente los dedos índice y corazón.
¿Sí? ¡No! ¿Sí? ¡No! ¿Sí? ¡No! ¿Sí? ¡No!
Los dedos de Ignacio González ya no tenían uñas: se las había comido de puro nervio.
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