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Viaje al pasado.
Coincidimos bastantes de los habituales en el bar de Emilio
y eso siempre es agradable, porque se diversifican las opiniones y se enriquece
la conversación.
Sonreía Emilio mientras nos abastecía de raciones de bravas
por aquí y por allá. Yo pensaba que, para bravas, las explicaciones que ofrecía
Jorge para argumentar que, como sociedad, estamos experimentando un gran retroceso
en cuanto a apertura y a valores.
La religión
-decía- ha vuelto a ganar espacio en la
calle y en los medios de comunicación. Somos más conservadores a la hora de
vestir, de disfrutar… Nos están haciendo mojigatos, verbeneros de pachanga y no
oyentes de música de vanguardia… Empujan a nuestros muchachos al machismo, al
culto al chulito frente a la inteligencia… Y las niñas se dejan: ven bien que
les pidan las contraseñas de sus cuentas en redes sociales, que las controlen…
No entiendo nada. Nada… Nos están haciendo tan conservadores, que parecemos
actores de Cuéntame, y mira que me gusta poco la serie.
En el fondo no le falta razón. La estafa que llaman crisis
nos está convirtiendo en pacatos, recatados dentro de la cursilería,
previsibles… Y me asusta. Me asusta porque el conservadurismo esconde lentitud
de progreso y los años pasados ya los hemos vivido. Ahora quiero sentir los
nuevos, los míos, los que me corresponden por época y edad.
Emilio nos ofreció otro plato de patatas. ¡La casa invita! , voceó. Era ajeno a
nuestra conversación.
Emilio ha estrenado un chaleco de camarero, como el que
llevaba hace veinte años y que dejó de usar hace quince. Quizás él no vea el
retroceso. Se lo haré notar cuando vuelva a ceñirse pajarita al cuello.
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