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¡Cómo me divierte ver a Emilio, el camarero del bar donde nos
reunimos en improvisadas tertulias, aceptar que los suyos, los del PP de toda
la vida, fallan en políticas de las básicas de protección a los ciudadanos!
Emilio lleva unos días apesadumbrado. Comenzó a reflexionar
cuando el PP y el PSOE pactaron que no se pudiera cortar la luz a las familias
que no pueden hacer frente al pago de los recibos. Feliz se las pintaba en ese
momento. Entonces trascendió que la medida no entraría en vigor hasta pasado el
verano. Vamos, que los que no tiene para poner la calefacción, esos a los que
hipócritamente llamamos pobres energéticos (sic), en lugar de llamarlos pobres
a secas, como se les ha denominado toda la vida, ésos, pasarían frío este
invierno por un mal pacto del PPSOE. Y lo están pasando.
Después vino lo de la subida de la luz. La espectacular,
esperpéntica y abusiva subida de la luz. Y Emilio, además de dejarnos en
semipenumbra en el bar, por eso de no gastar, se sublevó contra los suyos por
permitir que la gente tenga que pagar más cuando más lo necesita. O cuando no
lo tiene.
Es que a Emilio le sale a veces la vena de buena persona, el
alma caritativa. Defiende entonces a los débiles, no por Justicia, sino por enseñanza
religiosa. La misma que nos invita a aceptar las adversidades con resignación
cristiana. Yo le digo que menos misas y más manifestaciones en la calle; menos
rezos, y más conciencia social.
Él se ríe, acepta la buena fe de mi comentarlo, y me pone un
vino, uno de esos peleones que tomamos en su bar. “La casa invita”, comenta. Acepto el líquido, lo bebo pausado y
maldigo mientras veo cómo entra un sintecho
en el cajero que hay en la acera de enfrente.
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