No me había pronunciado yo hasta ahora sobre el tema, pero hoy, con más sosiego y con los ánimos más calmados, aquí están viñeta y comentario.
Vaya por delante que no me alegro de la muerte de Víctor. Es más, me entristece. Me entristece tanto como me apena la actitud de los que lo elevan a la categoría de héroe nacional.
Víctor Barrio desempeñaba un oficio de riesgo, y como tal obtuvo determinado resultado. Exactamente igual que los pilotos de fórmula 1 o los motoristas que se aferran al asfalto a más de 200 kms/h (si bien los velocistas no maltratan a ningún ser vivo en el desempeño de su oficio).
O igual que los obreros que, encaramados a un andamio, se precipitan contra el suelo con más frecuencia de lo deseable, sin que se monten pitotes en las redes.
No, no me alegro, en absoluto, de la muerte de Víctor Barrio. Y prometo que seguiré luchando para que sea la última en un ruedo, porque se consiga la abolición de una fiesta (sic) bárbara y anacrónica, basada en el derramamiento de la sangre (ora de un animal, ora de una persona) y en el sufrimiento del toro.
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