La tortura no es ni
arte ni cultura.
La tertulia había empezado cuando llegué al bar. Me
incorporé sin pedir mi vaso de vino. Emilio, desaforado, excesivo, como es,
gritaba que la frase “la tortura no es ni
arte ni cultura” denota la incultura de quienes la empleamos.
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“Es un
insulto grave, una ofensa intolerable”.
Y añadió, leyendo una nota escrita en un papel que extrajo
de su cartera:
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Tortura es
“grave dolor físico o psicológico
infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener
de él una confesión, o como medio de castigo”. O sea, que tiene que ser un
dolor a alguien, a una persona y no a un animal. Además, tiene que ser para obtener
una confesión y eso al toro, que yo sepa, no se le pide: ningún torero le dice
al bicho que se chive de ná. ¡Faltaría más! O, como poco, tendría que ser como
castigo y no es el caso. ¡Que hay que leer más! ¡Que esto es del diccionario!
¡Que sois unos faltones y unos incultos!”
Nekane es una psicóloga vasca que se casó con un salmantino
y aquí se quedaron (cuánto se arrepiente en ocasiones). Es, como yo,
antitaurina. Trató de rebatir cada punto esgrimido por Emilio…
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Si nos
ponemos así, nos pasa como con los matrimonios homosexuales: que os escudáis en
el significado literal de una palabra para esconder vuestra intransigencia.
Además, puestos a ser rigurosos, ¡anda que no decís veces que el toro “recibe
el castigo” y, si lo castigáis, sí entra dentro del concepto de “tortura”!
División de opiniones: risas y palmas por un lado; pitos y
abucheos en el tendido siete.
Emilio retomó su argumento, ése que, según él, marca la
diferencia entre tortura y no-tortura: “alguien”. “La tortura (se reafirmó en su postura) es aplicable únicamente a las personas, lo dice la Real Academia Española”.
No soy tan culto como para conocer el significado exacto de
cada palabra, pero tengo un teléfono con acceso a internet, un teléfono con una
aplicación que podría llamarse “detector-de-manipuladores-del-lenguaje-punto-dos”.
Abrí el diccionario y leí la tercera acepción de la voz tortura: “Dolor o aflicción grande, o cosa que lo
produce”.
¡Ay, mi madre! La lidia es una tortura. Una tortura para el
toro, a quien produce un dolor grande. Una tortura para mí, porque me causa una
enorme aflicción.
Se lo dije a Emilio. Terminaba de derrotarle con el mismo razonamiento
tonto, frío y vacío de humanidad que él utilizaba: el diccionario de la Real
Academia Española.
Rió Emilio, me dio una palmada piropeándome con un “¡Eres un cabrón!” Me puso otro chato.
Sonrió con un guiño: era vino de Toro. Y añadió “¡La casa invita!”
Qué triste: siempre me he considerado antitaurino por una
cuestión de sensibilidad, y me veía arrinconado a serlo por mor de la
lingüística. ¡Qué más da! Bebí con la tranquilidad que me da saber que el
diccionario también está de nuestra parte.