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El viernes hizo calor. Mucho calor. No había quien estuviera
en el bar de Emilio, que debe ser uno de los pocos que quedan en Salamanca sin
terraza. Y es que la acera es tan estrecha, que no cabe ni una silla. Hay un
ventilador sobre la barra. Un ventilador que mueve un aire caliente y pegajoso.
A Nekane se le cae una jarra de cerveza, con lo poco que
apetece coger la fregona y limpiar el suelo. Y eso que no se ha roto, que otra
cosita es.
El frío líquido derramado nos hace pensar en la analogía de
los sueños rotos. Ya no hay refresco para la garganta.
Alguien comenta que a Rajoy también se le ha caído la jarra
de cerveza. A fin de cuentas, decimos, soñaba con los apoyos que no tenía e
imaginaba una presidencia que no le corresponde (por ahora) porque no cuenta
con lso votos necesarios par ostentarla.
Charlamos sobre la mentira de la imposición de la lista más
votada, como si eso fuese democrático. Pensamos que dentro de nada habrá
terceras elecciones. A mí no me importa. Cualquier cosa menos ver cómo continúa
una política que acentúa la desigualdad y empobrece cada vez a más gente.
Hablamos del miedo que nos da que Rajoy obtenga la mayoría
absoluta en las próximas. Es posible, a la gente se le reblandece el cerebro
con el calor. Y con el frío.
No entendemos nada.
La conversación se acaba cuando Emilio le sirve otra jarrita
a Nekane. Las palabras, entonces, vuelan hacia el calor, hacia el frescor del
líquido, hacia la añoranza de lso días de primavera (cuando había primavera.
Pero esa fue otra conversación que ahora no viene a cuento).