Publicada el domingo 27-10-13.
Tertulias tabernarias.
Por las tardes frecuento un bar con aroma de partida rancia de cartas; con sabor a chato de vino de los de antes, de cuando no entendíamos de Riberas o crianzas; con gusto a tortilla de patata, con cebolla, recién salida de la cocina.
Me gusta, porque sus tertulias improvisadas superan con creces las que ofrecen las diferentes cadenas televisivas. Los contertulios somos los parroquianos que, sabiéndonos los más importantes del momento, hablamos sin cortapisas del gobierno y sus medidas; de monarcas y petróleos; de desahucios, paro y vino. Discutimos, nos enfadamos, pedimos otra ronda y reímos, como en todas las tabernas.
Emilio, el camarero, que compagina ese puesto con el de gerente y dueño, se une a nosotros con frecuencia. Es, con diferencia, el que más voces da. “¡Para eso estoy en mi casa!”, sentencia cuando, a falta de argumentos, los gritos se convierten en su única arma. Después, arrepentido por sus salidas de tono, agarra la botella, rellena nuestros vasos con el vino peleón y apunta “La casa invita”.
De regreso al hogar, a veces con el cerebro algo embotado por un trago de más, trato de recordar conversaciones y argumentos, discusiones y sentencias, frases curiosas e insultos varios. Para no olvidarlas, las anoto en un cuaderno que ojeo de vez en cuando a fin de obtener un puntín de la sabiduría que los ignorantes osados soltamos por la boca en conversaciones que, quizás, nos vienen grandes.
Para esta colección de artículos que ahora nace, seleccionaré algunas de las perlas del cuaderno y las traeré a las páginas virtuales de salamancartv.com. Sin censuras, sin comedimiento, sin miedo.
Mis vecinos estarán contentos, porque sus pareceres traspasarán las cuatro paredes del garito. Emilio, el camarero, se sonrojará de vez en cuando al ver escritas las barbaridades que nos regala con frecuencia, pero sé que le gustará y soñará con que crezca la parroquia al acercarse alguno al bar para conocernos y participar en nuestras discusiones. Mañana, sin esperar a que esto ocurra, Emilio me dará una palmada en el hombro, sonreirá y, tras servirme otro chato, exclamará “¡La casa invita!”
¡Va por Emilio, va por ustedes!
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