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El poder desgasta.
Fue una tarde aburrida en el bar de Emilio: pocos
habituales, nula conversación. Quizás, por romper el hielo, el camarero rellenó
nuestros vasos. En la tele, las repetitivas noticias de la convención del PP.
Creo que ninguno de nosotros tenía ganas de guerra.
Emilio, viendo el percal, habló de Aznar y Rajoy, de Oreja y
Rajoy, de Ortega Lara y Rajoy, de Rajoy y Rajoy. No le hicimos mucho caso.
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¡Cómo
desgasta el poder!, sentenció al acabar su monólogo.
Aurora, como quien no quiere la cosa, le llevó la contraria.
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El poder
no desgasta, lo que desgasta es el “no poder”: no poder hacer frente a tus
gastos; no poder tener ingresos, porque hace demasiado tiempo que estás en paro
y ni subsidio te queda; no poder comprar ropa a tus hijos; no poder dar tres
comidas diarias a los pequeños… Ni a los abuelos; no poder pagar la hipoteca;
no poder mandar a la mierda a los que provocaron esta crisis y se han
enriquecido a costa de nuestro sufrimiento.
Emilio sonrió. En el fondo comparte el discurso de Aurora,
aunque su militancia ideológica (que no de carnet, creo) le obliga a defender
austeridades y barbaridades que no se sostienen.
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Cuando
Rajoy esté totalmente desgastado (comentó Mario), encontrará acomodo en las eléctricas o en algún consejo de dirección de
vete a saber qué empresa importante y ya no volverá a desgastar ni siquiera la
suela de los zapatos.
Todos asentimos. El poder no desgasta. El poder gasta y
malgasta nuestros impuestos, nuestros sacrificios, nuestro sudor.
Se me había acabado el vino que albergaba mi vaso. Pedí otra
ronda. Junto con el mosto fermentado engullí la mala baba que me provoca este
poder desaforado que está malgastando nuestras vidas, nuestras vidas
descastadas.
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