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Crónica de muchas
muertes anunciadas.
El jueves, cuando coincidimos en el bar, a Aurora le llevaban los diablos por el
exagerado y dramático aumento de asesinatos de mujeres presas de la violencia
machista en los últimos meses. Aurora
lo veía venir. Llevaba meses anunciándolo. Desde hacía tiempo, Aurora comentaba que los recortes en
las políticas de prevención de la violencia de género nos saldrían muy caros.
Emilio, mientras
servía a un grupo de parroquianos, hablaba de no sé muy bien qué sorteo de no
sé muy bien qué competición de fútbol. Emilio
se congratulaba de que, por mor del azar, uno de los rivales españoles, Barça o
Atleti, quedaría eliminado sin que el “Madrí” tuviera que enfrentarse a él. Emilio está convencido de la victoria
del Real Madrid en esta edición.
Aurora
contraponía los asesinatos silenciosos a las mayorías silenciosas. Aurora se iba emocionando cada vez más.
La voz de Aurora llegó a
entrecortarse y pidió una botella de agua. Hacía meses que no veía a Aurora pedir agua.
Emilio se hizo el
remolón: seguía paladeando la satisfacción que le proporciona el fútbol. Al
final Emilio sirvió el agua y regresó
a su corro deportivo. ¡Ay, Emilio!
Dejé el dinero exacto sobre la barra, le di un beso a Aurora y al hacerlo le apreté con
firmeza y cariño el hombro. Me marché del bar. No me sentía a gusto. No era mi
tertulia.
Escuchando a Emilio,
entendí que gobiernen los que gobiernan y que hagan lo que hacen.
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