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País de hombre
orquesta.
Huyendo de las casetas que invaden Salamanca con motivo de
las fiestas patronales, me refugié en el bar de Emilio, uno de esos que estos
días están casi vacíos, medio arruinados por un botellón constante y
subvencionado que castiga a los empresarios que no montan su instalache en la
vía pública.
Con aire jotero, Emilio había puesto música pachanguera, “por animar a la clientela”, tres tristes
que bebíamos tristes vasos de vino triste. De tal música, no sé muy bien cómo,
atracamos en la conversación de la España de charanga y pandereta, de la
decadencia, de la fiesta barata, repetitiva, poco pensada. De la España
empobrecida con políticas ineficaces que nos endeudan aún más, que saquean las
arcas de la seguridad social y hacen que descienda peligrosísimamente el número
de cotizantes, por mucho que nos digan que se reducen los inscritos en el paro.
Emilio, fiel al discurso aprendido de sus jefes de
militancia, hablaba de progreso, de raíces, de recuperación lenta, pero
constante.
Mario respondía con datos, con muertos en accidentes de
tráfico, con cifras que confirman el ascenso en los casos mortales de violencia
de género Y con números cabalísticos, ocultos, de gente que pasa hambre.
“España ya no es país
de charanga y pandereta”, culminó su discurso. “Han despedido a tantos músicos, que no llegamos ni a ser país de hombre
orquesta”. Y reímos, para alejar de nuestro cerebro la crueldad que
enmascara la frase, por mucho que parezca chascarrillo, chiste de tertulia
tabernaria.
España es país de hombre orquesta, y nos tienen secuestradas
casi todas las partituras. Tocamos al son que ordena el que más calienta, aunque
el calor nos venga dado en forma de represión, miseria y tristeza.
¡Si Machado levantara la cabeza!
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