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Timocracia.
Ganas nos entraron el otro día de salir del bar de Emilio,
desplazarnos a Madrid, acudir a la calle Génova (al número 13, que va a ser
cierto que da mala suerte) y besar en la boca a Rajoy, Cospedal, Alonso,
Floriano… y hasta a Soraya Sáenz de Santamaría. Y es que esta cuadrilla de
iluminados están haciendo un esfuerzo tal por atajar la corrupción, que qué
menos que darles las gracias de manera notoria y efusiva.
Si se pilla a los suyos en actitud punible (o “púnica”,
según los casos), es porque la cúpula populista (digo, popular) vela por
nuestros intereses y sacrifica a una parte de sus hermanos para demostrarnos
que no van a consentir que sigan chupándonos la sangre (a menos vampiros, más
venas para repartir).
Si se descubre que la propia sede de Génova (13, el número
de la muerte en el tarot y en el aumento de suicidios por la crisis) se lustró
con dinero negro, es porque los acólitos rajoystas (antes aznarianos, antes
fraguistas y antes –no hace mucho- franquistas) han permitido que nos asomemos
a los entresijos de su transparencia para mostrarnos que son humanos, pero
honrados. ¡Honrados!
Y si alguien les reprocha que en sus filas haya tantos
imputados como “putos amos” (por eso
de citar a Bárcenas), nos responderán que no reparemos en tales minucias, sino
que miremos que son la salvación de la patria, los garantes de la democracia y
los conservadores de la estabilidad que impide que exaltadosconcoleta pongan en peligro al país.
Ganas tuvimos de ir a Madrid, a la calle Génova, de
innombrable número, y besar en la boca a la camarilla. Nos arrepentimos de
inmediato. Seguro que su timocracia es contagiosa y, puestos a infectarnos, preferimos
contraer cualquiera de esas nuevas enfermedades arrojadas en África para
perpetuar la hegemonía económica de cuatro multinacionales farmacéuticas.
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