Desde el escaparate del bar de Emilio vemos a un hombre
sentado, con un cartel cuya leyenda no llegamos a distinguir. Mendiga. Pide
para comer.
La imagen (cruel) nos sorprende cuando estamos hablando de
la bajada del paro. Dentro de nuestro inconformismo habitual, no lanzamos las
campanas al vuelo. No podemos. No, porque la mayoría de los nuevos contratos
son tan precarios que mantienen a sus titulares al borde de la pobreza. No,
porque la mitad de los inscritos en el paro no cobran ningún tipo de subsidio.
No, porque cuando esta mañana, a primera hora, quise sacar dinero de un cajero,
me encontré a un hombre durmiendo en él… Eso nos hace tener pocas ganas de
celebración carnavelesca.
La expresión “celebración carnavelesca” la ha dicho Mario, y
explicó el término contándonos que, en su criterio, el gobierno hace mucho que
no maquilla la realidad: no hay maquillaje suficientemente bueno como para
cubrirla. Sencillamente le pone una máscara, careta encargada de ocultar el día
a día de tanta gente que pasa hambre, de tanta gente que duerme en los cajeros.
Invitamos al hombre a tomar una ronda con nosotros. Le
dejamos pagada la comida de hoy y hacemos propósito para que, cuando esté por
aquí, no le falta algo que llevarse a la boca. Nos vamos cabizbajos: lo que
hemos hecho no es la solución, ni siquiera llega a parche. Cabizbajos e
indignados. Una vez más los ciudadanos hacemos aquello que le corresponde al
gobierno, a un gobierno que no funciona ni cuando ejerce, ni cuando está en
funciones.
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