Artículo y chiste para salamancartvaldia.com |
Llevo unos días sin pasarme por el bar. Estoy disfrutando de
la tranquilidad de la casa en soledad. Me da tiempo a hacer muchas cosas y no
me apetece ni vestirme para salir.
Por las redes, me entero de las peripecias de la caravana de
salmantinos (junto a otros cientos de otras ciudades) que, en Grecia, tratan de
acercarse al mundo de los refugiados y llevarles el consuelo de que sepan que
no están solos. Que por encima de los Sánchez
y los Rajoy hay miles de personas que no les dan la patada, que no les
rechazan ni piensan que vengan a robarnos nada ni a matar a nuestros vecinos,
ni a imponernos cultura, religión o pensamiento.
Por las redes me entero de que el cónsul español en Atenas
les ha recibido… ¡en la calle! Se ha negado a que entrasen para hablar y ha
salido él a mantener una escasa conversación de diez minutos ¡en la calle!
Primero me indigné. Luego me alegré. Me alegré porque ha
acudido a nuestra casa (en lugar de vernos en la suya). Me alegré porque así se
constata que la calle no es de Fraga (ni de sus herederos) es nuestra, de todos
(de todas) los que están en Atenas. De todos (de todas) las que estamos en
España, pero tenemos el corazón en Atenas.
Vergüenza de gobierno; vergüenza de Europa. Condenan a
muerte a familias enteras. Las arrojan a un gobierno turco (de garantía, nos
decían) que los confina o los mata.
España, como Europa, tiene las manos rojas. Rojas de sangre
de refugiados que huyen de la muerte. Y muy pocos protestamos.
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