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Coincidimos en el bar de Emilio cuatro de las locas,
incondicionales de lo social y de lo cultural (yo era el único varón en la
tertulia). Es de noche y estamos en la calle, en la terracita, al abrigo del
calor sofocante. En nuestra conversación se cuelan los refugiados, y son
bienvenidos, no como en nuestra Europa insolidaria. Hablamos de políticas
comunitarias, de desprecio a la vida, de hipocresía social, de carcas egoístas
disfrazados de mandatarios… Y de la caravana a Grecia. Ésa que saldrá desde un
montón de ciudades, con escala en Barcelona y destino en Tesalónica.
La iniciativa no ha calado por igual entre las contertulias:
mientras algunas la tachan de turismo ONG, otras defienden la virtud de la actividad, y del movimiento
que nace y se agrupa en torno a la defensa de los derechos de los débiles, en
este caso los refugiados.
En algo estamos de acuerdo los cuatro. El movimiento, que ha
nacido para tratar de devolver la dignidad a quienes huyen de la guerra, es un
revulsivo. Es una patada en nuestras conciencias acomodadas. Un escalón más en
la lucha hacia otro mundo. Un acicate para poder mirar a los gobernantes y
gritarles que no queremos su sistema, que está corrompido por prejuicios y
petrodólares, que deseamos un mundo más armónico, más igual. Más mundo y menos
euro.
Al final, optamos por ponerle una sonrisa a la caravana, por
dar un abrazo a las viajeras y por rogarles que su esfuerzo siga pasando fronteras:
no las que separan los países, sino las que atraviesan conciencias.
Buen viaje, a quienes parten. Feliz reflexión a quienes nos
quedamos.
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