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Ayer por la tarde Emilio, el camarero, abrió una botella de
cava con la que brindamos por el nuevo año. Cada cual soltó su discursito
cargado de buenos deseos y de parabienes. Yo me escaqueé, lo siento. Brindé
para mis adentros, sin hacer públicos mis pensamientos.
Brindé para que cambiemos un poco y nos hagamos más reivindicativos.
O, como poco, menos conformista.
Brindé para que abran los ojos aquellos que se sienten
cegados por la luz omnipotente que irradia Rajoy, un dios profano y estéril, de
esos que tienen de divinidad lo que yo de seguidor de San Pedro.
Brindé para que los que pasan frío encuentren remedio a su
pobreza antes de que entren en vigor las medidas oportunistas y frívolas
aprobadas por el PPSOE y que, según lo acordado, llegarán en verano.
Y brindé por los míos, que siempre están ahí y no necesito
lupa para encontrarlos (al contrario de lo que me ocurre con la tan famosa
recuperación, que no la encuentro ni con un telescopio).
¡Ah! Y brindé por Peque,
mi gata, que, a falta de constancia sobre la fecha exacta de su nacimiento, hoy
cumple 20 años. Eso dice su cartilla de vacunación y eso demuestran los años y
años de felicidad que hemos vivido juntos.
Al final resulta que tuve muchos motivos para brindar,
aunque lo hiciera en silencio.
Gracias, Emilio, por la botella y por los ratos de
conversación que pasamos en tu garito.
Que 2017 nos sea leve. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias. Feliz año.
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