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Me fijo en las caras de los que saltan las vallas para
entrar en nuestro mundo de ricos y promesas de futuro. No saltan hombres, salta
la esperanza. No saltan inmigrantes, salta la desesperación, el hambre, el
miedo.
Las vallas no son de alambre ni de concertinas. Bueno, sí lo
son. Y de injusticia, de insolidaridad, de barbarie…
Leo declaraciones de odio (sin que intervenga ninguna
fiscalía). “A este paso habrá que echarlos a tiros”, dice un energúmeno en un
diario sin que nadie borre ese mensaje de aliento al homicidio.
Las fronteras no son de alambre, sino de odio. Y de dinero.
Sobre todo, de dinero.
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