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Si me votas te entregaré la Luna -prometió el político-. Le
votó. La Luna, sigue en el cielo sin que haya -que se sepa- un cartel de
“propiedad privada”.
Si me votas se acabarán todos tus problemas –prometió el
político-. Le votó. Cada semana muere de vergüenza al tener que pedir dinero a
sus padres, a sus amigos, para que los niños tengan algo que comer.
Si me votas alejaré de ti los peligros que supone que
asciendan esos partidos que te llevarán a la ruina. Le votó, inconsciente de
que ya está en la ruina y que a ella le arrastró precisamente quien ahora
advierte de los peligros que representan esos otros.
Si me votas…
Si te voto, reafirmaré que soy imbécil –interrumpió un
votante con cara de cabreo y ropa remendada en un par de sitios-. Si te voto
seré un imbécil, porque me dejaré engañar después de haber sido engañando.
No le conocía. Me hubiese gustado conocerle, invitarle a un
trago en el bar de Emilio.
Estos días, desde que empezó la campaña electoral, ando con
ganas de invitar a gente inteligente, a esos que no se dejan arrastrar por
promesas repetidas y nunca cumplidas. Ando con ganas, de verdad. Y no tengo
miedo de que mi maltrecha economía se resienta: me temo, amigos míos, que
pagaré muy pocas rondas.
Si me votas… Si me votas… ¡Cómo me gustaría botarlos!
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