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Ayer fue un día raro. Nadie vino al bar y, en lugar de
tertulia, sostuvimos un debate liviano Emilio y yo. De vez en cuando viene
bien, porque así las conversaciones son más sosegadas, menos apasionadas.
Criticaba Emilio el papel de Podemos en Andalucía (pudiendo
reprocharle lo mismo, optó por no decir nada de Ciudadanos) y hablaba de la
irresponsabilidad que supone llevar a la gente al terrible gasto económico de
nuevas elecciones, por no querer, según él, apoyar a un partido de izquierdas,
siendo izquierda.
No ataqué en esta ocasión, y mira que hay argumentos para
hacerlo, si el PSOE de los últimos años es izquierda, derecha o qué, sino que
le pregunté si no sería irresponsable sostener con tu apoyo un partido en el
que no crees, un programa que no te convence.
Quiso rebatirme y acabé preguntándole si apoyaría a un
partido abortista. ¡Por supuesto que no, respondió Emilio! ¿Y a uno
independentista? Está claro que tampoco. ¿Aunque en ello te fuera el convocar
elecciones anticipadas?
Ya no supo qué contestar.
El problema, añadí una vez desmontados sus argumentos, es
que nuestra democracia no está basada en el diálogo, ni en el respeto a las
minorías, ni en escuchar la voz de los ciudadanos. Nuestra democracia es un
paripé constante con el que nos engañan y nos engatusan diciendo que somos
protagonistas.
Y lo somos. Somos protagonistas de la nada. De todo lo
demás, se encargan los de siempre, los que tienen dinero para comprar votos,
opiniones y decisiones.
Quizás algún día seamos democracia. De momento hemos de conformarnos con que nos digan que lo somos.
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