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Fuera del bar, atronan los tambores mientras las cornetas
lanzan chillidos al viento. Una manifestación de público, mucho más entregada
al espíritu festivo que al religioso, acude a presenciar el desfile
procesional.
Nosotros, ajenos a esa cultura de la ostentación de la fe,
charlamos sobre la otra procesión, la de los refugiados pagando a las mafias
con sus vidas; la de los refugiados que lo pierden todo cuando una Europa rica
y egoísta les cierra las puertas y los manda de regreso a un país donde no
tienen nada asegurado: ni el alimento, ni el derecho a la vida.
Alguien habla de contradicciones en el espíritu cristiano,
de mentiras cuando su dios (lo pongo con minúscula por el desprecio que le
hacen sus propios seguidores) exige amparar a los necesitados y la respuesta es
su expulsión… Y que se encarguen otros del amparo.
Qué ocupado debe estar Marcelo, el ángel de la guarda de
Jorge Fernández, nuestro ministro (en funciones). Qué ocupado, decía, cuando
deja desvalidos a miles de personas por atender a alguien que gasta escolta, que
cobra millones, que no pasa hambre, que no sabe lo que es el barro ni el frío.
Quizás entre los ángeles de la guarda los haya de primera y
de segunda, como en el caso de los humanos. Si es así, me pido no ser nunca un
Marcelo macarra y egoísta, que cuida del poderoso y se olvida de los que más
sufren.
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