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Dice Emilio estar un tanto molesto conmigo por mi falta de empatía con la religión católica y sus maneras de expresar la fe. Digo yo, que todo se reduce a que no soy capaz de encontrar la gracia en creer cosas que no veo, y que están sustentadas en la contradicción y en el engaño.
Le explico que si todos fuésemos iguales, que si de verdad nos amásemos los unos a los otros, siguiendo mandato divino, no andaríamos mandando a Turquía a pobres gentes desesperadas que huyen de la guerra y de la muerte.
Le cuento que si ese dios de verdad existiese, con su omnipotencia y todo, no consentiría que un soldado israelí asesinase de un tiro en la cabeza a un enemigo herido, tendido en el suelo, por mucho que terminase de acuchillar a un compañero de armas. Insisto, además, en que el dios que profesa ese soldado es el padre (y trino) del dios que han procesionado por las calles estos días.
Él me dice que los caminos del Señor son insondables. Yo le respondo que ese señor me dice poco, porque pregona una cosa y hace la contraria. Él, y sus acólitos (que tiene casi las mismas letras que la palabra católicos).
Regreso a casa pensando en la conversación, y me reafirmo en mis creencias al encontrarme tantas y tantas contradicciones en una fe que hace mucho mudó en negocio.
Ante el ordenador, hago un chiste tonto. Sólo quiero resalar una de tantas contradicciones. Así lo envío a la redacción del periódico.
El maestro Zen D.T. Suzuki subió al estrado en el Congreso Mundial de las Religiones en Chicago 1928 y habló así: “Dios contra el hombre, el hombre contra la naturaleza, la naturaleza contra Dios: ¡qué religión tan graciosa!”.
ResponderEliminarEs lo bueno de los cuentos: todo es posible y nada es real.
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