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Fue ese día extraño del sí, pero no a la proclamación de la independencia de Cataluña. Todos conjeturamos lo que haría el gobierno de Mariano Rajoy, y casi de manera unánime nos decantamos porque aplicaría el artículo 155. Fue ahí cuando Alberto, a sus 91 años, exclamó, “si no hubiese estudiado tanto, pero hubiese escuchado más, sabría que más vale prevenir que curar” y no pudimos por menos que aplaudirle.
Estábamos todos de acuerdo en que el gobierno de España ha entrado en la deriva del curar, sin haber trabajado la prevención. Claro, que eso no nos supuso sorpresa alguna, conscientes como somos de que las curas a veces dan más votos que el zanjar los conflictos con prontitud y eficacia.
Rajoy podrá tiritas en las heridas. Intentará hacernos creer que ha sanado a España en su enfermedad. El problema es que una parte de esa España, la que no quiere serlo, quedará llena de cicatrices y las verá cada vez que mire su cara en el espejo. Esas cicatrices le recordarán, quizás para siempre, la razón por la que un día intentó marcharse de España.
“Los males del corazón, no se curan con tiritas” fue la última fase que dijo Alberto antes de que Emilio nos pusiera otra ronda.
“¡La casa invita!” y nos alejamos de la mercromina, el algodón y el agua oxigenada.
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