Me da pena. No por España, ni por Cataluña, que algún día entenderán que el futuro está fuera de estados y fronteras, sino la gente: por la desunión, por la ruptura, por el enfrentamiento.
Me da pena porque auguro detenciones y palos; sinrazón y locura; sangre y llantos.
Me da pena por los sueños que se rompen y por las vanidades que crecen. Bueno, las vanidades, más que pena, me dan asco.
Y me da pena el ver la mediocridad que se vota, la debilidad de ideologías y la fragilidad de las miras en quienes deberían hacer que los ciudadanos nunca sintiésemos pena.
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