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El bar de Emilio hace unos días
que alardea de antigua decoración a base de espumillones y lucecitas
intermitentes. Son las de siempre, las antiguas, las de toda la vida. Y es que
Emilio no ha querido invertir en decoraciones nuevas, ni siquiera aprovechando
los precios súper baratos que le ofrecen los chinos.
Podríamos decir que el bar de Emilio
está viejo, como la Navidad. Como esa Navidad que habla de pobreza mientras en
unos días se derrochará tanto como para acabar con el hambre del medio mundo
hambriento.
Emilio me dice que soy un
demagogo por plantearlo así. Yo le respondo que ya estoy acostumbrado, que
cuando dejo las cartas boca arriba, sobre la mesa, y gano con mi jugada,
siempre me dicen que soy un demagogo. Esa frase es el mejor jabón que existe
para limpiar conciencias.
Si Jesús hubiera nacido para
cambiar el mundo, si hubiese nacido pobre, la religión sería la mayor traición
a su ideología y a su mensaje. Y la Navidad, uno de los grandes aliados que
tiene la multinacional del engaño, con la hipocresía y el derroche como
armamento.
No desearé feliz Navidad a nadie.
Felices días, puede. Éstos y los del mes que viene. Pero no feliz Navidad.
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